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Tomboy: una infancia trans narrada con delicadeza y verdad

“Tomboy”, dirigida por la cineasta francesa Céline Sciamma y estrenada en 2011, es una de las películas más sensibles e impactantes que ha abordado la identidad de género desde la infancia. Con una mirada sincera, sin grandilocuencias ni estereotipos, el film se convirtió en un hito del cine queer europeo y un referente en la representación de experiencias trans, particularmente en edades tempranas.

La historia gira en torno a Laure, una niña de diez años que, al mudarse con su familia a un nuevo barrio durante el verano, se presenta ante sus nuevos amigos como Michaël, un chico. A lo largo de ese tiempo, el personaje experimenta la libertad de vivir en el género con el que se identifica, sin los condicionamientos previos. La película retrata la felicidad, el juego y también el temor que pueden convivir en la exploración de la identidad en un mundo que impone etiquetas desde la cuna.

Uno de los mayores aciertos de Sciamma es el tono íntimo y contemplativo con el que cuenta la historia. No hay discursos grandilocuentes ni escenas dramáticas excesivas. En cambio, hay silencios, miradas y gestos que hablan por sí solos. La cámara sigue de cerca a Laure/Michaël en su día a día: jugando al fútbol, haciendo amigos, nadando, explorando su identidad con la naturalidad que tienen les niñes antes de que la sociedad les marque lo que “deberían” ser.

La actuación de Zoé Héran, quien interpreta al personaje principal, es conmovedora y honesta. Su expresividad transmite todo el conflicto interior sin necesidad de grandes parlamentos. También destaca la representación familiar, con una madre que, aunque confundida, actúa desde el amor y la protección, reflejando los dilemas reales de muchas familias.

“Tomboy” no se plantea como una película exclusivamente “trans”, sino como una historia humana sobre la infancia, la identidad y la libertad de ser. Pero su impacto dentro del mundo trans es incuestionable: abrió debates sobre la niñez trans, visibilizó una realidad muchas veces silenciada y fue utilizada en escuelas, festivales y espacios de formación como punto de partida para hablar sobre género.

Aunque se desarrolla en Francia y en un entorno aparentemente libre de grandes violencias, la película no ignora el peso de la norma. Cuando la verdad de Michaël sale a la luz, aparece el conflicto: el miedo al rechazo, la vergüenza, la incomprensión. Sin embargo, incluso allí, Sciamma no recurre al drama fácil, sino que construye una salida posible desde el afecto y la empatía.

En tiempos donde los discursos anti-trans atacan incluso a niñes que simplemente quieren ser quienes son, películas como Tomboy siguen siendo fundamentales. Porque visibilizan, humanizan y, sobre todo, nos invitan a mirar con otros ojos.

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